martes, 27 de diciembre de 2011

31 días

Bastaron 31 días para deshacerse de un soplido de un sabio y un ángel. Al primero se lo llevó la brisa de Diciembre, poco a poco, erosionando la roca, lo duro y lo blando, la piel y el alma. "Que pena" decía mientras se consumía en el sillón. No hubo clemencia, y fue más díficil de lo esperado. El sabio aprovechaba cada instante para repartir historias, conocimientos y consejos. "Nunca permitas que te digan que no vales para algo" susurraba clavando sus ojos azules en mi frente. Aquella noche me senté sobre su cama, le ayudé a incorporarse cuando el peso de su cuerpo le hacía escurrirse hacia el fondo, y nos agarramos las manos. A veces no hacen falta palabras. Cruzamos tristes sonrisas y miradas que espantaban por momentos el viento cruel. Supe, al soltarle, que no habría otra vez, que se acababa el tiempo. Le abrazé, le miré a los ojos y le dije con voz entrecortada "te quiero mucho", y respondió exactamente lo mismo, de la misma manera. Atravesé la puerta y conté cada minuto hasta amanecer.
El ángel voló con Enero. Estaba tan ocupada en lo demás que fue fácil sorprenderla desprevenida. Dos días antes yo escribía "Vida y muerte" con el punto de mira en su rostro. "Me alcanzo el acorde triste que termina...". A penas una semana antes hablamos, yo tratando de disimular mi completa admiración, ella tan natural como de costumbre. No pude despedirme, no desvelé mi secreto, no era el momento.
Si alguien espera sonrisas, algún tipo de agradecimiento, fe, esperanza, comprensión o demás, simplemente le diré que se vaya a la mierda directamente, sin dar ningún tipo de rodeo. Me queda brindar a su salud, recoger semillas, cuidarlas, y, como dice Ismael, tratar de cumplir con lo que has prometido. La fe es un arma para contrarrestar el miedo, y yo no lo tengo, yo no te espero.

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