martes, 27 de marzo de 2012

Lucas

Mi hermano condujo esta mañana un Renault nuevo, blanco como el hielo, alargado y elegante. En él me llevó hasta un lugar perdido, apartado de todo lo reconocible por mi. Quizás se me hiciera familiar algún pedazo de aquel asfalto viejo rodeado de hierba húmeda, pero yo nunca estuve allí. Se detuvo en medio de aquella carretera serpenteada, rodeada de casas ruinosas. Me bajé, y crucé hasta la explanada gris que precedía al extraño edificio al que parecía dirigirme. Empujé la puerta de cristal. Dos guardas de seguridad sentados, con gesto aburrido, levantaron sorprendidos su mirada hacia mi, y la bajaron en seguida, completa despreocupación. Atravesé uno de los tornos de acceso a la zona restringida. Y esperé allí sin saber a quién ni porqué, pero esperé sin preguntármelo.

Pasó menos de un minuto y vi acercarse al fondo del pasillo a una funcionaria seguida de un niño. Debía tener no más de nueve años, rubio, con rasgos inquietos, y, sin duda, con ausencia de todo. La mujer dijo "quince minutos" y se retiró por donde vino. Me agaché para saludar a aquel muchacho perdido. "Soy Miguel, ¿que tal estás?". "Bien", me contestó tímido. No fui capaz de comprender el motivo que encerraba al niño allí. "¿Salimos a dar una vuelta?". "Vale". Se llamaba Lucas, o eso me dijo. Poco a poco fue hilando más y más palabras. Noté que confiaba en mi. Saque del bolsillo de la chaqueta una baraja de cartas infantiles y jugamos sentados en el asfalto caliente al sol. "¿Cuánto tiempo te queda?". "Son 400 días en total". "¿Y cuantos llevas?". "Mañana hago diez".  Su rostro estaba devorado por la pena y la angustia, pero supe que mi visita añadió un punto de luz en el horizonte de su mirada. Disfrutaba a su lado, al lado de aquel pequeño desconocido. Chocábamos las manos cada vez que uno de los dos ganaba una partida, lo de menos era quién lo hacía.

Se abrió la puerta de cristal. La funcionaria gritó "¡se acabaron los quince minutos!". Nos pusimos en pie, y Lucas se aferró a mis piernas como ardiendo a un clavo. "¡No te vayas por favor!" exclamó a punto de llorar. "Tengo que irme, se ha acabado el tiempo...". "¡Prométeme que vas a volver!"."Vendré todos los días, te lo prometo", aseguré emocionado mientras retábamos las miradas.

Le acompañé hasta la puerta, y desapareció bajo aquel inhóspito edificio gris, muerto, frío y oscuro.

Lucas, yo te conocía.

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