miércoles, 16 de octubre de 2013

Nunca estás de más, melancolía

Amanecí como aturdido, levanté con el control remoto las persianas que cubren las ventanillas del techo y corrí las cortinas. Tomé un café largo, repleto de azúcar y me sumergí en mi tan ansiado silencio.
Después recordé; viaje tres años atrás, repasé fotografías y maldije el paso del tiempo, y descubrí también influencias en mis formas, en gestos, en mi evolución; y busqué tu rostro en días y lugares donde te recuerdo, pero la mayor parte de las veces ni siquiera estabas. Como solía hacer, releí tus textos, uno tras otro; sonreí de nuevo, y también me estremecí. Después repasé las fotos, donde me besabas despacio, preciosa y diferente como siempre, con un entorno completamente ajeno al temblor de nuestros cuerpos.
Entonces sacudo la cabeza, golpeo mis nudillos contra las mejillas, y vuelvo al presente. Un escalofrío me recuerda que las cosas han cambiado, que ya no hay quien me reavive, que soy algo más fuerte porque estoy algo más solo. No he dejado de recordarte, más bien me cansé de olvidarte, de buscarte y no encontrarte, de llorarte y no encontrar clemencia; me cansé de esperar señales, de conformarme con soñarte, de convencerme de que algún día volvería a abrazarte. Me cansé de maldecir a Dios, a la vida, al culpable; me cansé de besar a la luna, me cansé de hablarle al aire.

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