jueves, 13 de diciembre de 2012

Buen viaje Hassam

Hassam nació hace 55 años en Sofía, la capital de Bulgaria. Como en la mayor parte de los países del este, la situación allí fue siempre complicada. Pero a la vida le pareció poco peso para cargar sobre la espalda de Hassam.
A pesar de las dificultades, a mi siempre me pareció un hombre más cercano a la media sonrisa, (esa que a mi debiera sobrarme), que al llanto desolado. Hassam se enamoró y se casó con una mujer que imagino preciosa por fuera y por dentro. Juntos vivieron alrededor de 6 años, y tuvieron un hijo, que actualmente tiene 25 años, y al que él siempre se refiere como alguien fuerte haciendo así con los hombros y tensando su rostro. Un día cualquiera viajaban los tres a no recuerdo donde en coche. Hassam conducía. En un instante todo se hizo negro. Pasaron los minutos y Hassam recobró la conciencia. Su mujer falleció al instante, a penas tenía trenta años; a su hijo tuvieron que amputarle ambas piernas.
Hassam no habla mi idioma, yo tampoco el suyo, pero somos capaces de entendernos. Para ello dibujamos figuras imaginarias y números con los dedos en el suelo y en el aire.
La vida de Hassam dió un vuelco terrible aquel día. Las únicas dos veces que me habló de ello sus ojos se tornaron vidriosos, y una lágrima recorría su rostro hasta perderse en la mugre que le abrazaba.
Así que, sin blanca, y superado por completo, dejó a su hijo al cuidado de su madre y viajó a Madrid con la esperanza de lograr mantener la única herencia que le dejó su mujer. Pero las cosas en España no eran como él había imaginado. Una esquina en cualquier calle se convirtió en su hogar, un garaje subterráneo fue su cama.
Le conocí en Enero, los dos éramos nuevos por el barrio. Nunca olvidaré su sonrisa acompañada de media reverencia el primer día que le entregué una moneda, como tratando de decirme "ojalá no tuvieras que hacerlo". Así sucedió varios días hasta que decidí sentarme a hablar con él. Al principio no se fiaba de mi "¿policia?" decía mientras me señalaba. Yo me reía, y, poco a poco, me gané su confianza. No me gustaba darle tabaco, pero era una buena excusa para sentarme a charlar con él.
A veces, hablando con él, le preguntaba que era lo que más necesitaba. Su respuesta siempre era la misma, algo caliente, "caldo" decía. Yo le compraba un café largo en el bar de enfrente, y un bocadillo. Cuando me veía llegar con la bolsa le cambiaba la cara.
La última vez que le vi fue hace cerca de una semana. Esta vez fue él quien me invitó a sentarme a su lado. Me dijo que dónde me había metido, que llevaba varios días sin verme. No supe darle una respuesta. Entonces se concentró para tratar de decirme algo. Después de repetir varias veces una palabra extraña me pareció entender Diciembre. Efectivamente. Luego dibujó con las manos un 16 en el suelo. Hassam volvía a casa. Le pasé el brazo por encima y le sonreí, y él a mi. "España kaput" dijo histérico.
 

sábado, 8 de diciembre de 2012

Efecto mariposa

¿Cuanto puede cambiar nuestra vida una decisión inconsciente? No me refiero a grandes planteamientos, sino al día a día, a pequeños instantes, disfrazados de insignificantes. ¿Alguna vez te lo has planteado? Quiero decir... ¿existe la casualidad? ¿el principio de incertidumbre? ¿o existe un lugar en el que alguien se encarga de unir caminos?.
14 de Noviembre del 2009, sábado. Día frío, llueve. Un día poco propicio para salir de fiesta. De hecho, de toda la cuadrilla, tan solo un amigo parecía dispuesto a hacerlo, probablemente alentado por la esperanza de encontrarse con alguna mujer en concreto en cualquier local de La Coruña, aunque él siempre oculta estos detalles. El caso es que mi amigo me insistió tanto que, a pesar de la desgana, accedí bajo la autoconvicción de "las noches que peor huelen son las que mejor saben". Me sorprendió la llamada de un antiguo compañero del colegio, poco o nada apreciado, para invitarme a pasarme por un garito en el que por aquel entonces trabajaba, para reencontrarnos y tomarnos algo a precio regalado. Asentí como si hablase con un loco y colgué, yo a lo mío. Se hizo de noche, y ahí estábamos, mi amigo, yo, y una botella de ron que a medida que pasaba la noche se hacía mas de cristal y menos de ron. Hasta que llego la hora de retirarse de allí y dirigirse a los pubs. Sin pena ni gloria, y encharcados por la lluvia, llegamos a la calle principal. Vi en un cartél el nombre del local al que me habían invitado por la tarde. Se lo comenté a mi amigo, y, ante el panorama de la noche, nos adentramos. Y allí estaba ella, impecable, sirviendo copas tras la barra. Pero no solo eso, sino que también estaba allí la hermana de mi mejor amigo, y nada más verme y saludarme, lo primero que hizo fue presentármela. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? ¿Destino? No dejo de plantearme el más que probable supuesto de haber decidido no salir aquella noche desagradable, o, sin ir tan lejos, no ir a aquel garito, cosa probable sabiendo que dentro había una persona que se inclinaba más hacia el lado negativo que hacia el positivo en la balanza de amiguismo. Más incluso, que la hermana de mi mejor amigo no estuviese allí, justo delante nada mas entrar. Podía estar al fondo del local, en el baño, con sus amigas, o en otro de los cientos garitos de la zona. Pero no, estaba allí, perfectamente puesta, como esperando mi llegada. Si solo una de las miles de decisiones que crearon ese instante aparentemente normal hubiesen tomado otro rumbo, simplemente ya no habría sucedido. Ni ese instante ni millones de momentos que vendrían después condicionados por aquello.
La teoría del caos dice que el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo. Pero, ¿es así? ¿o de no haberse producido aquel momento en aquel instante se habría producido otro semejante con las mismas consecuencias más tarde o más temprano?. Probablemente nunca lo sabré con total certeza; el caso es que, sin darme cuenta, cada vez que actúo de cualquier manera estoy cambiando el mundo.