lunes, 28 de enero de 2013

La casa encantada

Regresé dos años y medio después, cambiando las sorpresas de antaño por papeles sembrados de dudas, y quemando todo resto de miedos por regar un camino inseguro. Recordé las siluetas que dibujamos en algunos rincones mientras subía la enorme cuesta. Así, te vi pasar como una flecha en bicicleta, con la mochila a la espalda y la sonrisa al frente.

Al cabo de un rato llegué a tu portal, con la respiración entrecortada por el esfuerzo y quererte. La puerta principal se abrió con relativa facilidad, y en ese preciso instante alguien suplicó que sonará Michael Giacchino en el aire, y un "Moving on" hechicero me hizo flotar sobre los tres escalones del recibidor. Entonces, al comenzar los violines, un olor cargado de recuerdos se incrustó en mi frente. Todo tan blanco y frío como lo recordaba; museo del eco. Y, al son del piano, te espié, abrazándome frente a la cristalera de la cocina, diciéndome adiós sin saber hasta cuando, o aferrada a mi cuello en la piscina con vistas al mar, o haciéndome así con la mano para que subiera  contigo.

Después bajé las escaleras que llevan a tu habitación, mientras una mujer me contaba pequeñas historias en las que te eregías como protagonista. Respetaron mi silencio. Todo estaba intacto, sin embargo estaba muerto. La guitarra apoyada sobre el mueble, el globo terráqueo pintarrajeado con mensajes de todo tipo, y el corcho, como siempre, repleto de fotos, a pesar de que esta vez ocultaban mi existencia.

De vuelta hacia arriba me asomé para verte aplaudir mis avances al piano. Y no quise, entonces, volver a encontrarte. Me despedí, y cerré la puerta despacio, sabiendo que sería la última. Y regresé en silencio, destapando mi nueva paz.

No pienses que habrá un día que no busque tus resquicios en el aire.

 

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