jueves, 9 de enero de 2014

Del camino y la distancia

Hay días que al caer la noche me decido a hacer un repaso del camino que recorro, entonces se acelera mi ritmo y la respiración se entrecorta, y no sé si quiero seguir mirando atrás o guarecerme en la primera cabaña de heridos por sus propias balas. ¿A dónde lleva mi camino? y lo más importante, ¿a dónde quiero que me lleve? Nadie dijo que sería fácil.
Agarro la bicicleta, bordeo la costa, y tomo la cuesta abajo que termina en el espigón del faro. Me tiemblan las manos, el frío ayuda. Saco del bolsillo un cigarro, me quito los guantes y lo enciendo. Sin bajar de la bici enfilo el Mar del Norte, y mi vista encuadra una bella postal. La oscuridad me permite ver millones de estrellas, las olas rompen sobre el eterno camino sobre el mar, y la luna, pequeña, brilla con fuerza y se refleja a mi derecha. Recuerdo aquella frase que escribí hace unos años, "que seamos infinitos, nada más". He visto la luna y no he pensado en ella, luego me ha pesado la conciencia y la he llenado de palabras buenas.
Los miedos, la falta de seguridad, la incertidumbre; todo sobre mis hombros, y ya hace tiempo que no emprendo una batalla; sigo esquivando flechas, me sigo refugiando en viejas penas, y la vida que se escurre entre los dedos,mientras mi cigarro se lo fuma el viento.
Lo bueno de este instante es que uno percibe que sigue vivo, que su conciencia no se ha apagado y aún le permite clavar el freno de mano y tratar de retomar la senda. Entonces el negro se vuelve gris, y vuelvo a soñar. Todo es turbio, todo menos las cuerdas de una guitarra. Quiero cantar, quiero decirles a todos que yo también valgo, que también me quiero y que si quiero puedo hacerles temblar.
Un barco pesquero irrumpe en mi bucólica imagen, sus luces naranjas y un ritmo lento surcan la desembocadura del Tyne. Todo está en calma. La esperanza ha vuelto, quiero permanecer inconformista hasta volver a ser polvo.

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